Adolfo Lucas Maqueda
Durante los meses de verano, muchas personas cogen las vacaciones, marchan de las ciudades o de sus entornos para desplazarse a otros lugares y disfrutar de unos días bien merecidos de descanso. Por eso, os deseo a todos que este tiempo sirva para fortalecer la mente y el cuerpo, tomando aires nuevos y renovados que lleven a afrontar el ritmo trepidante al que nos somete la vida actual. Sin duda, las vacaciones brindan la oportunidad de renovarse interior y exteriormente; más que no hacer nada, las vacaciones son un cambio de actividad en nuestra vida cotidiana.
Por desgracia, no todo el mundo puede gozar de vacaciones. Los motivos suelen ser diversos: las enfermedades, la ancianidad, el paro, la falta de recursos económicos, los accidentes, las desgracias, las muertes de seres queridos, el estado de ánimo, la privación de libertad, etc. Pido, por favor, que les prestemos a todos ellos, si es que conocemos a alguno, un poco de nuestra humanidad con la cercanía, el apoyo y el consuelo.
Entre las actividades preferentes durante las vacaciones deberíamos centrar más nuestra atención, por ejemplo, en pasar más tiempo con la familia, reuniéndonos con parientes y amigos, fomentando, así, los lazos humanos. Esto es algo primordial. Todos necesitamos de los otros, el contacto humano, el tiempo, la escucha, el cariño, la atención, la mirada, la sonrisa; sin duda ello será de gran beneficio para ambas partes, siendo la mejor terapia para el descanso, la lucha contra el estrés y el desgaste emocional. También, el tiempo de vacaciones, supone una preciosa ocasión para la cultura, desde el aprendizaje de un idioma, hasta la visita de museos y participación en ponencias y encuentros. No debemos olvidar la lectura, la música, los momentos de silencio y contemplación, y el disfrute con la naturaleza. Además, pueden ser muy convenientes y útiles la meditación, la oración, las peregrinaciones, el voluntariado con instituciones de ayuda humanitaria o cualquier actividad en las distintas regiones. Todo esto convierte las vacaciones en algo valioso y esperado, enriquecedor, a la vez que entretenido y divertido. El peor enemigo de las vacaciones es el aburrimiento.
Por último, haciendo un subrayado muy particular, sostengo que las vacaciones son un óptimo momento para reflexionar sobre la propia vida, o decidir sobre ciertos asuntos personales, sopesando conflictos y problemáticas, tomando distancia en cuestiones que afectan la vida familiar y laboral, confeccionando resoluciones y estrategias para una mejor calidad ambiental e, incluso, pasando algunas horas en soledad para discernir lo que quiera hacer cada uno cuando regrese a la vida diaria. Es importante, pues, renovarse a fondo y tomar impulso para afrontar los meses de lucha y trabajo, el cual para muchos ni es gratificante ni motivador. Ya sabemos la cantidad de ambigüedades que aquejan a la sociedad y que en cierta medida nos afectan a todos, especialmente a los más jóvenes y vulnerables. No quiero ahora enumerar la larga lista de injusticias, desazones, retos, obstáculos, fakes news, desconciertos, que nos rodean llegándonos verdaderamente a confundir. La Iglesia, que podía ser un aliento para muchos, también orbita en ese círculo, lo cual le acarrea un precio como es la falta de credibilidad, la crisis de identidad y el escenario que presenta de sospecha, ocultación y enrarecimiento. Cualquiera se da cuenta que entre la jerarquía y el evangelio hay una separación que limita hasta la perplejidad. Pero, las razones de dichas afirmaciones, las daré a su debido tiempo. De momento, y al menos para nuestras vacaciones, no olvidemos los conflictos bélicos existentes, Israel-Palestina, Ucrania y tantos otros países que están en guerra y que no presentan ningún interés mediático. Tampoco olvidemos la violencia que sufren muchas personas en sus hogares, la escasez de alimentos y agua potable, la pérdida de trabajos, las depresiones, los suicidios y, sobre todo, la enfermedad del odio, la rabia y la envidia que se ha instalado muy visiblemente en muchas personas durante los últimos años. Ante esto, recomiendo leer un antiguo libro, reeditado en el 2004, titulado: “La asamblea que condenó a Jesucristo”, escrito por los hermanos Agustín y Joseph Lémann, judíos convertidos al catolicismo, donde demuestran que durante el proceso contra Jesús, se cometieron hasta veintisiete irregularidades jurídicas contra la legislación penal y procesal del pueblo hebreo. Esta que fue la mayor injusticia conocida, hizo que el sentenciado a muerte fuera el mayor Bienaventurado de la historia. Por eso, a todos los que sufren atropellos a causa de un “neo-sanedrín” a nivel mundial, son los “bienaventurados” de la actualidad, del día a día. Ojalá ellos desde el silencio y anonimato lleguen a exterminar la hipocresía de las instituciones.
Dios trabajó seis días, y el séptimo descansó. Un descanso que dura aún hoy: es la eternidad de Dios. Es un séptimo día dedicado a un descanso activo porque Él sigue actuando, guiando y creando nuevos rumbos y cauces hasta el punto de estremecernos ante tanta maravilla. Nuestras vacaciones deben ser así, como las de Dios, activas y contemplativas: responsables ante la fascinante humanidad del futuro e inteligentes en saber interpretar los lenguajes y los signos de la propia vida.